No deja de llamar la atención –algún día hablaremos del proyecto original de Vega- que en la biblioteca fundada por el musicólogo más importante de la Argentina casi no se hayan organizado recitales. Tampoco debe alarmarnos demasiado en el contexto de siglo y de país. Las palabras del presidente Julio Herrera en la presentación “hoy Carlos Vega y Guillermo Etchebehere van a revolotear entre los libros, contentos” bien podrían servir de enmienda.
El sábado 27 de diciembre se realizó, por vez primera en mucho tiempo, un espectáculo musical en la Biblioteca. Veremos que el sustantivo “espectáculo” no cabe del todo en la arriesgada propuesta de Santiago, que buscó establecer –mediante canciones y poemas- una comunicación directa y sensitiva con el público, en tiempos donde la mayoría de los “shows” se definen por los elementos que ponen distancia –luces, maquillaje, música ya grabada.
El sábado 27 de diciembre se realizó, por vez primera en mucho tiempo, un espectáculo musical en la Biblioteca. Veremos que el sustantivo “espectáculo” no cabe del todo en la arriesgada propuesta de Santiago, que buscó establecer –mediante canciones y poemas- una comunicación directa y sensitiva con el público, en tiempos donde la mayoría de los “shows” se definen por los elementos que ponen distancia –luces, maquillaje, música ya grabada.
Pasadas las 21 horas, alejada la amenaza del sol, y con la compañía de un vino que creemos casual, Santiago Mac Goey emprendió la tarea de ese fenómeno único que es la música en vivo. El público se fue acomodando donde pudo pues el espacio quedó chico, ahí andaban el gaucho Urruti mostrando orgulloso una foto de Don Ata en Cañuelas, la mamá de Santiago, Haydeé Martínez –artífice del recital- y algunos de los Kychuas, quienes hicieron segundas voces desde primera fila.
“La música es comunicar, contarle al otro” esbozó Santiago entre las primeras interpretaciones, “Yo me criao, a puro campo…(poema), “Le tengo rabia al silencio” (milonga), “El alazán”, fueron ellas. La comunión entre música y poesía en las creaciones yupanquianas fue entendida de antemano por Mac Goey, y ésa fue la apuesta de todo el recital. En cuanto a la interpretación, dio muestras de sentirse más cómodo con las zambas, “Piedra y camino”, “Recuerdos del Portezuelo”, “Zamba del grillo” –la primera entonada por el público- estuvieron entre las destacadas; Gastón Zampone, bombo de los Kychuas, se sumó en una, luego prolongó su acompañamiento oculto entre la gente. “Guitarra, dímelo tú”, “Milonga del peón de campo” y la infaltable “Luna tucumana” en los bises, fueron buenos pies para poemas, que nunca desentonaron y crearon el clima necesario para un tributo a la obra de Atahualpa Yupanqui –gigante en su sencillez- y en el que Santiago cumplió sin traicionar su propia voz.
El presidente de la Biblioteca, Julio Herrera, trajo la sorpresa final: un comprometedor escrito, en el que Roberto Chavero, hijo de Atahualpa, desde Cerro Colorado, felicitaba al intérprete y lo aconsejaba en el difícil camino del arte.
“La música es comunicar, contarle al otro” esbozó Santiago entre las primeras interpretaciones, “Yo me criao, a puro campo…(poema), “Le tengo rabia al silencio” (milonga), “El alazán”, fueron ellas. La comunión entre música y poesía en las creaciones yupanquianas fue entendida de antemano por Mac Goey, y ésa fue la apuesta de todo el recital. En cuanto a la interpretación, dio muestras de sentirse más cómodo con las zambas, “Piedra y camino”, “Recuerdos del Portezuelo”, “Zamba del grillo” –la primera entonada por el público- estuvieron entre las destacadas; Gastón Zampone, bombo de los Kychuas, se sumó en una, luego prolongó su acompañamiento oculto entre la gente. “Guitarra, dímelo tú”, “Milonga del peón de campo” y la infaltable “Luna tucumana” en los bises, fueron buenos pies para poemas, que nunca desentonaron y crearon el clima necesario para un tributo a la obra de Atahualpa Yupanqui –gigante en su sencillez- y en el que Santiago cumplió sin traicionar su propia voz.
El presidente de la Biblioteca, Julio Herrera, trajo la sorpresa final: un comprometedor escrito, en el que Roberto Chavero, hijo de Atahualpa, desde Cerro Colorado, felicitaba al intérprete y lo aconsejaba en el difícil camino del arte.
(Las fotos fueron gentileza de Juan Pablo Herrera).
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