Texto escrito por los 90 años de la Biblioteca. Con galería de fotos.
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www.canuelasya.com/cultura/90-anos-de-la-biblioteca-popular-d-f-sarmiento/
¿QUÉ PUEDE SER UNA BIBLIOTECA POPULAR?
Por: Juan Manuel Rizzi (Director Biblioteca D. F. Sarmiento de Cañuelas)
La Comisión Nacional de Bibliotecas Populares desde hace más
de cinco años ofrece en su página (www.conabip.gob.ar/node/40)
una acercamiento a lo que es una biblioteca popular, qué y cómo que resultan
de gran utilidad hasta para los que formamos parte de ellas. La respuesta a la pregunta “¿Qué es una biblioteca
popular?” solo puede ser determinante, es decir, definida, aunque trasmita una
imagen plural y de múltiples causas. Por lo que preferimos la pregunta
existencial “¿Qué puede ser una biblioteca popular?”, ya que vamos a hablar de
una en particular en el tiempo, o en los tiempos, pasado, presente y futuro,
cuando también –inevitablemente-sostendremos definiciones.
La primera biblioteca popular del partido de Cañuelas fue la
“Franklin”, abierta en 1869 a instancias del sobrino y secretario de Domingo
Faustino Sarmiento, Pedro Quiroga, quien formó la Sociedad de la Biblioteca el
mismo día de la inauguración del primer edificio de la Escuela N° 1 en su lugar
actual (1). Esta entidad que tomó el nombre del filósofo estadounidense es
homónima de la primera biblioteca popular del país, la “Franklin” de San Juan,
fundada por el mismo Quiroga y proyectada antes por Sarmiento. Se sabe que la
Biblioteca “Franklin” de Cañuelas hacia 1881 poseía alrededor de novecientos
volúmenes, y que entre sus fundadores tuvo a cañuelenses ilustres –hoy nombres
de calles o pueblos- como Vicente Casares, Manuel Acuña y Felipe Basavilbaso
(2). Según data Marcos Estrada en su libro sobre el Dr. Pedro Quiroga, la
biblioteca de Cañuelas fue la tercera de la provincia.
Un lugar común al historiar la actual Biblioteca Sarmiento
fue que ésta comenzó como una continuidad de la antigua “Franklin”, a pesar de
que no se pueda probar con ningún acta, documento o libro catalogado. Dado por
hecho que el destino de la primera biblioteca popular es una incógnita, hay que
decir lo que sí sabemos: que la actual Biblioteca Popular D. F. Sarmiento comenzó
a funcionar en 1927 al entregar el Club Estudiantes las posesiones de su propia
biblioteca y prestar una sala de uso independiente. El 1° de julio de 1927
nació de este modo la nueva biblioteca popular, amparada por La Ley N° 419 y protegida por la Comisión Protectora de
Bibliotecas de la Nación, con el tiempo CONABIP.
Primeros años. Carlos
Vega director y el periódico “Índice”
En el acto inaugural de la actual Biblioteca, el 3 de julio
de 1927, su director Carlos Vega decía: “La ‘Biblioteca Popular de Cañuelas’ es
una institución autónoma que abre hoy sus puertas a todos los vecinos del
Partido y a los lectores de todas partes que tengan gusto en asistir a la
modesta salita de lectura y a sus veladas de arte”. Y más adelante: “Tres o
cuatrocientos libros constituyen hoy todo el capital de la naciente Biblioteca;
pero nuestra inscripción en la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares,
creada por la Ley Sarmiento, nos asegura un rápido porvenir” (3).
Las “veladas de arte” consistían en conciertos y
conferencias que Carlos Vega traía de la Capital, el periódico “Índice”, órgano
periodístico de la Biblioteca fundado ese mismo año, recopila varias de ellas.
Esta inusual apertura de la Biblioteca a eventos culturales, en un pueblo de
todavía calles de tierra, era estimulada por verdaderas diatribas que el futuro
musicólogo de América lanzaba desde el periódico.
Menos de la mitad del periódico de la Biblioteca estaba
dedicado a la misma, la mayor parte era ocupada por noticias sociales y
artículos de opinión. En apenas tres números, Carlos Vega –su redactor
principal- pasa revista al segundo plan de pavimentación de Cañuelas, a los
planos de construcción del nuevo Cine Teatro Italia –concretado diez años
después-, y al ¿desmedido? proyecto de formar una comisión para entrevistarse
con el Presidente de la República a fin de pedir la extensión del camino
adoquinado desde Monte Grande, pues la zona “es considerada la región más
importante del mundo en producción lechera” (N° 1 y 3). (4)
“Índice” seguirá durante ese año unos pocos números más,
para renacer con nuevos bríos en el año ’38, cuando el joven poeta Guillermo
Etchebehere y su primo Juan Torraca pidan su reaparición. En el primer editorial
“Retorno”, Carlos Vega escribirá “el ambiente intelectual que la Biblioteca
promovió a su alrededor, ha producido sus primeros frutos. La antigua
indiferencia por los bienes del espíritu, tiende a ser un recuerdo como las
casuarinas, como los paraísos de la plaza, como las calles fangosas del pueblo
viejo” (5). El “pueblo viejo” que años atrás “vivía su primera aventura
intelectual” con Vega – escribe el mismo con orgullo personal en la dedicatoria
de su primer poemario- y debía “salir de sus mojones centenarios” (6).
Carlos Vega permaneció al frente de la Biblioteca hasta 1946,
un año después de que fueran aceptados los Estatutos de la Institución y
elegido su nombre actual “Domingo Faustino Sarmiento” con el director presente
en las asambleas.
Las bibliotecas como
espacio de nuevos derechos
Cada vez que se habla del “derecho a la lectura”, igual que
del “acceso a la información”, quizá no se comprenda que esto se sostiene en la
libertad de autodeterminarse, que no solo implica la elección política y hablar
libremente en las redes, sino también la cultura, la religión, la nacionalidad
y hoy inclusive el género sexual. Esta vieja aspiración liberal e ilustrada, de
la que Sarmiento fue un germen pero no pudo conocer en toda su dimensión,
encuentra en la “Declaración de Derechos de la Bibliotecas” de Estados Unidos
en 1939 –a 150 años de la Declaración de los Derechos del Hombre- conceptos a
destacar:
1. Es responsabilidad
de las bibliotecas elegir los libros…De ningún modo puede excluirse libro
alguno debido a raza o nacionalidad o a la posición política o religiosa de su
autor.
2. Se debe
proporcionar la mayor cantidad de material posible presentando todos los puntos
de vista respecto de problemas y temas de nuestra época, internacionales,
nacionales y locales, y no deben proscribirse libros y otras publicaciones de
los estantes por desaprobación partidaria o doctrinal.
3…los bibliotecarios
deben oponerse a toda censura de libros pregonada o practicada por defensores
de opiniones políticas o morales o por organizaciones que pretendieran
establecer un concepto coercitivo del americanismo.
4. Los bibliotecarios
deben conseguir la cooperación de otros grupos del campo de la ciencia, la
educación y la impresión de libros para resistir toda acción que tienda a
limitar el libre acceso a las ideas y la libertad de expresión…
5. Los derechos del
individuo a usar la biblioteca no pueden ser negados o limitados por cuestiones
de raza, religión, nacionalidad o concepción política.
6. Como institución
para educación en la democracia, las bibliotecas deben facilitar el uso de sus
salas para actividades de utilidad social y cultural, y para la discusión de
cuestiones públicas de actualidad. Las salas de reuniones deben estar a
disposición de todos los grupos de la comunidad en términos de igualdad sin
relación con la afiliación o creencia de sus miembros.
Dicha conjunción de derechos y deberes civiles y políticos
abre en América una perspectiva antes impensada para las bibliotecas. Fue el
modelo estadounidense que inspiró a Sarmiento, a pesar del origen anglosajón de
la biblioteca pública. La novedosa “biblioteca por suscripción” creada por
Benjamín Franklin, permitía compartir entre varias personas un fondo
bibliográfico y así aprovechar los escasos libros que, en un principio, venían
de Europa.
Reseña de las
Bibliotecas Populares en Argentina
“En Chile se tendió el
primer alambre eléctrico y a los tres días fue cortado: lo reanudaron y se
cortó de nuevo, y durante un mes se cortaba a cada hora, hasta abandonar la
empresa el gobierno. Un mes más tarde tendiéronse de nuevo los alambres; y
hasta el día de hoy nadie los ha tocado. El pueblo es así. Rompe las primeras
máquinas que le van a ahorrar trabajo. Después que ha vencido, él mismo las
reclama. ¡Ya están pidiendo bibliotecas!”. (D. F. Sarmiento)
El florecimiento de estas instituciones en Argentina se
remonta a la Ley N° 419 de 1870, y a la creación el mismo año de la Comisión
Protectora de Bibliotecas Populares otorgándoles carácter autónomo. La
experiencia precursora fue la Biblioteca “Franklin” de San Juan, fundada en
1866 a instancias de Sarmiento y considerada la más antigua de Sudamérica en su
tipo, de la cual la homónima de Cañuelas mencionada más arriba es hermana
menor.
Este impulso que comenzó en la presidencia de Sarmiento y
continuó en la de Avellaneda, en cinco años logró establecer alrededor de
doscientas bibliotecas populares esparcidas por todo el país. En 1876, en una
decisión que puede ser considerada paradójica, el mismo Sarmiento, ahora como
legislador, propone suprimir la Comisión de Bibliotecas. Las razones estaban
fundadas en que los esfuerzos y la inversión que hacía el Estado no se veían
reflejados en otros actores para que los libros circularan a distintos puntos y
no quedaran detenidos en la Biblioteca Nacional, como solía ocurrir. Por casi
cuarenta años –en coincidencia con el período conservador- las bibliotecas
populares pasarán a la órbita de la Comisión Nacional de Escuelas, dando como
resultado que hacia 1894 solo subsistían dieciséis de ellas.
A partir de 1908, la nueva etapa de cumplimiento de la Ley
N° 419 de 1870, que asignaba a las bibliotecas recursos propios, rinde sus
frutos y para 1910 existían 190. Con la llegada posterior de gobiernos
democráticos esa cifra se quintuplicó y en 1925 las bibliotecas superaban las mil.
En 1947 había mil quinientas, y 1950 se alcanzó el record de dos mil
cuatrocientas bibliotecas populares.
En octubre de 1948 se realizó el Primer Congreso Nacional de
Bibliotecas Populares, y fue Juan Domingo Perón otro defensor de la entidad
creada por Sarmiento. En un discurso de un congreso posterior, del año ’54,
clarifica la postura del peronismo respecto a la cultura, logrando un
contrapunto necesario con las ideas liberales:
“Queremos ofrecer a
nuestro pueblo alguna posibilidad de alcanzar el más alto índice de la cultura
general. Las culturas especializadas son, también, de hombres especializados.
Eso no lo puede ofrecer sino en cierta medida la comunidad, porque ese es el
esfuerzo individual de los hombres…En este orden de idea somos básicamente
partidarios de la biblioteca popular”.
Sarmiento y Perón coinciden en el uso pragmático. Para el
primero la biblioteca era el complemento de la escolarización: “los libros
–decía Sarmiento- piden escuela; las escuelas piden libros. La escuela y el
libro, o más bien la biblioteca, son dos cosas que se superponen una a la
otra”. En el peronismo es clave la masificación, que su resignificación
posterior superó con el concepto de “inclusión”. “Nosotros no concebimos la
cultura para los círculos de la elite. Nosotros concebimos la cultura para el
pueblo. Nosotros no creemos que un país sea culto porque tenga unos cuantos sabios
muy sabios, en tanto tenga millones de ignorantes muy ignorantes”, argumentaba
Perón en el mismo discurso.
Por uno u otro camino, se trata de la aspiración de
Sarmiento de que “la lectura sea una costumbre nacional”.
Recién en 1986 la
llamada “Ley Sarmiento” es reemplazada por la N° 23351, reglamentada en 1989
contempla un “fondo especial con destino exclusivo” para las bibliotecas
populares y denomina el organismo actual, la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares
o CONABIP. En su misión ampliada, además del fomento a la lectura, nombra el
derecho a la información, la investigación, la recreación, la creación y la
difusión de la cultura.
Desde el 2005 se espera la reglamentación de la Ley N°
20630, que aumenta el fondo especial para bibliotecas con el 0.5% de lo
recaudado en Lotería y Casinos de la Provincia de Buenos Aires.
Mientras tanto, las bibliotecas populares sobreviven –dijo
la escritora Susana Fiorito- “a todos los avatares del ¿desarrollo? capitalista,
al fraude conservador, a las dictaduras, al populismo, a los mecanismos
clientelísticos de la democracia burguesa…a las quemas de libros, a la
inundación de best-sellers, al marketing…”.
Compra de la sede
propia. Homenaje a benefactores
Uno de los horizontes muchas veces inalcanzable para las
bibliotecas populares, es contar con sede de su propiedad. Según un
relevamiento de 1995 solo el 45% de las bibliotecas populares tenía edificio
propio, alquilando la mayoría o funcionando en locales prestados.
En Cañuelas la Biblioteca posee sede propia desde 1971.
Luego de que el Club Estudiantes decidió no prestar más sus instalaciones, pasó
alrededor de una década –en los años ’50- prácticamente sin poder funcionar,
hasta que pudo ocupar –de manera provisoria- una planta de la Escuela N° 1.
Algunos protagonistas o cercanos a ellos, recuerdan la dificultad de mantener a
la institución con “respiración artificial” intentando dar status de normalidad
en los papeles.
Queremos nombrar a varios de los vecinos que hicieron
posible más que el sueño, la realidad del edificio propio en la esquina de Lara
y 25 de Mayo, en pleno centro de la –hoy- ciudad. Con 10 mil pesos (lo que
serían 20 mil pesos actuales) colaboraron: Zulema H. de Noseda, Elio
Bellagamba, María E. M. de Niveloni, Ramón Caeiro, Manuel Alday, Luis O.
Zapico, Manuel Ezquerra, Familia Bonacurso, José Yebra y Flia. Carrozzi y
Álvarez, Luis A. Bettroni, Enrique F. Rubini, Miguel A. Arín, Delfa Petraglia,
Ángel Marzzetti, Delia V. de Mozotegui, María T. de Lavin, Jorge A. Mazzanti,
Clínica Del Carmen, Gustavo Martínez, Dionisio Rodríguez Rico, Crédito
Comercial Cañuelas, Heriberto Urbisaia, Manuel Mellado, César Luis Lucesoli,
Raggio y López, José Chirantano, Salvador Garzón y señora, Santiago L.
Cesteros, Salomón Odessky, Manuel Odessky, Raúl Bacigalupo, Norma Sanseau, Ana
María S. de Michellon, Juana R. Etchevers, María Emma Cóppola, Ricardo y
Eduardo Jamardo, Carlos Sella, Felix Curone, Roberto Niveloni, Ernesto
Garavaglia y Hnos., Raúl Lipovetzky, Héctor C. Garavaglia, Martín Gómez,
Roberto Herrera Lizarralde, Félix Sendra, Ernesto y Álvarez Penna, Héber Juárez
Roldán, Juan Rolandelli, Héctor Korbenfeld, Roberto Curone, Néstor Ferro, Juan
A. Mazzoleni y Lizardo Cáceres. Con cifras menores aportaron: Jorge Arín,
Felipe Betelu, David Caustein, Jorge Guzzi y Sra. Tomás Fantino, Rubén
Angelini, Cayetano Fullone, Casa Gervasoni, Juan H. Indaverea, Héctor Zabal,
Adolfo Basavilbaso, Evelio Godoy, Personal directivo docente de la Escuela 1,
Leonardo Lucesoli, Raúl Vilas, Manuel Vallejos, Alberto Sella, Eduardo Sella,
Pedro Sella, Ángel Manzanares, Manuel Riveiro y Zulema Urretavizcaya de
Salerno, Caeiro Hnos., Círculo Médico de Cañuelas, Marta Garra de Morales,
Somaet SRL, Raúl Pelorosso y Leonor Jamardo de Tanoira (7).
La comisión de la Biblioteca que generó el bono “Pro compra
del edificio de la Biblioteca Sarmiento” era presidida por Héctor Garavaglia,
mientras que la dirección estaba a cargo de Blanca Ana Iribarne.
Misión del
bibliotecari@
“El bibliotecario es
el que le da vida a la biblioteca; el bibliotecario es el elemento humano de la
biblioteca. Los libros son toda la parte inerte; es la parte técnica; pero si a
eso le faltara la humanización que nosotros debemos dar a todas nuestras
actividades de la vida, frente a una cosa muerta, que podrá ser hermosa, pero
es muerta, yo prefiero no una tan hermosa ni tan completa, pero que viva”. (Juan
Domingo Perón)
La mayoría de las bibliotecas populares, aún hoy, carecen de
bibliotecarios de carrera. Lo que antes podía entenderse por la falta de
centros de formación, hoy ya debe comprenderse en la complejidad de una
situación que va desde la falta de beneficios laborales a la característica
particular de estas bibliotecas, distinta a las especializadas o las que son
parte de otra institución como puede ser la escuela.
Por otro lado, existe un vicio de profesión, que el
bibliotecario debe superar, que es “no ser molestado” o incomodado con un
imprevisto desorden. Así la formación técnica debe incluir la humanística,
imposible de lograrse en una carrera de tres años, y en una sociedad que habla
de “mercado laboral” e índices fluctuantes de desocupación y no abre lugar a
discusiones de vocación y contenido.
José Ortega y Gasset, en el Congreso Internacional de
Bibliotecarios de 1935, ofrece una conferencia recopilada en libro con el
nombre que da título a esta parte, “Misión del bibliotecario”. De la misma nos
interesan las hipótesis problemáticas, que por el contexto europeo al que iban
dirigidas en Argentina todavía no podían ser del todo comprendidas. El filósofo
español destaca tres momentos históricos del libro: el libro como
“imprescindible”, luego de la creación de la imprenta, el libro “instrumento”,
característico de la Ilustración, y el libro “como conflicto”, lúcido adelanto
de la era de comunicación de masas.
En concordancia inesperada con algunas ideas que trabajará
la Escuela de Frankfurt, Ortega dice: “Todo lo que el hombre inventa y crea
para facilitarse la vida, todo eso que llamamos civilización y cultura, llega
un momento en que se resuelve contra él (…) En vez de estudiar para vivir va a
tener que vivir para estudiar (…) ¡El libro ha dejado de ser una ilusión y es
sentido como una carga! (…) Hay aquí, pues, un drama: el libro es
imprescindible en estas alturas de la historia, pero el libro está en peligro
porque se ha vuelto un peligro para el hombre”.
Las hipótesis de conflicto para esta época, según Ortega
entonces son tres: 1° Hay ya demasiados libros. 3° Los libros se siguen
produciendo de manera “torrencial”. 3° El “bibliotecario del porvenir”, deberá
conducir a un lector “no especializado” por una verdadera selva de textos y
“ser el higienista, el médico de sus lecturas”.
¿El fin del libro?
“En realidad, hay poco
que decir al respecto. Con internet hemos vuelto a la era alfabética. Si alguna
vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, pues
bien, el ordenador nos ha vuelto a introducir en la galaxia Gutenberg y todos
se ven de nuevo obligados a leer”. (Umberto Eco)
Para darnos una idea, el libro ha sido tan exitoso como la
rueda y la cama, y -de momento-, mucho más exitoso que la computadora, la
heladera y un reloj que marca los minutos. Ideas similares discuten Umberto Eco
y el guionista Jean-Claude Carrière, en las conversaciones tituladas “Nadie
acabará con los libros”.
De las tablas de arcilla, pasando por los papiros, los
pergaminos, los códices –mesoamericanos y medievales- hasta la moderna
invención de la imprenta, la universalización del papel y la evolución electrónica,
se puede decir que libro es todo aquel soporte, más o menos extenso, cargado de
significados y dispuesto a la mano que pueda ser transportado y guardado.
“El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las
tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro
ha superado la prueba del tiempo…Quizá evolucionen sus componentes, quizá sus
páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo es”, responde Umberto Eco
ante la pregunta de si el libro desaparecerá.
El verdadero debate no parece ser sobre su final o no, sino
1° cuál ha sido su esencia a través del tiempo y cómo ella puede seguir
desplegándose, y 2° qué pasará con el soporte del papel. La primera pregunta es
fundamental, la segunda no importa tanto. ¿Acaso la imprenta mató los mensajes
y símbolos que nos da la arquitectura? ¿El cine y la televisión mataron la
pintura?
Respecto al lugar de las bibliotecas populares, es lo que
hemos intentando responder en lo precedente. Si el libro y el conocimiento
avanzan hacia una mayor democratización por vías técnicas, nada impide que
caminen junto a las bibliotecas que hicieron de esas razones su corazón.
FUENTES GENERALES:
-Carrière, Jean-Claude y Eco, Umberto. “Nadie acabará con los
libros”. Barcelona: Lumen. 2010.
-Lerner, Fred. “Historia de las bibliotecas del mundo”.
Buenos Aires: Troquel. 1999.
-Ortega y Gasset, José. “El libro de las misiones”. Buenos
Aires: Espasa Calpe. 1944.
-Zago, Manrique. “Bibliotecas populares argentinas”. Buenos
Aires: Manrique Zago Ediciones. 1995.
En internet:
[1]García Ledesma, Lucio. “Bases documentales para la historia de Cañuelas”. Municipalidad de Cañuelas. 1979.
[2] Torti, María Lydia. “Antiguas crónicas cañuelenses”. Ediciones El gran ángel. 2002.
[3] Biblioteca de Cañuelas. Periódico “Índice” N° 1. Julio de 1927.
[4] Biblioteca de Cañuelas. Periódico “Índice” N° 1 y N° 3. 1927.
[5] Biblioteca de Cañuelas. Periódico “Índice”. Segunda época. 1938.
[6] Vega, Carlos. “Hombre”. Poesías. Buenos Aires. 1926
[7] El Ciudadano Cañuelense. Sección “Un día como hoy…”.2011.
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