En 1982 por decreto presidencial se consagró al 29 de julio como “Día de la Cultura Nacional”, en conmemoración de la muerte de Ricardo Rojas ocurrida en 1957. Pero nos resulta interesante indagar en algo las razones por las que se puede haber elegido a su persona como agente de este importante día.
Ricardo Rojas integró la llamada "generación del Centenario", un grupo de jóvenes intelectuales nacidos entre 1876 y 1886, que admiraban la obra de la generación que los había antecedido (del 80), pero eran críticos de las consecuencias que esa labor había traído al país. Atacaban el materialismo dominante y la falta de ideales, el cosmopolitismo del ´900 y la pérdida de la identidad, (lo que acabamos de decir es de manual).
Encontremos mejor un lugar por donde abordar sus obras, que superan con mucho los treinta títulos. Blasón de plata es justamente su publicación para el Centenario de 1910, y resume lo que luego dio en llamar el ciclo de “filosofía de la nacionalidad”, integrado por otras tres obras suyas: La restauración nacionalista, La argentinidad y Eurindia.
Vamos a leer, como siempre:
“El pueblo argentino, al cobrar conciencia de sí mismo durante el siglo XIX, ha padecido un doble extravío acerca de sus orígenes: por lo que tenía de americano, creyó necesario el antihispanismo y, por lo que tenía de español, juzgó menester el antiidianismo. Semejante posición espiritual era el resultado de una deficiente información histórica, o deformación del pasado por pasiones políticas; todo ello comprobación de que la propia conciencia nacional no había llegado a su madurez. La nueva posición que ahora buscamos ha de consistir en el equilibrio de todas las fuerzas progenitoras, dentro de la emoción territorial”.
“Las naciones no reposan en la pureza fisiológica de las razas –quimérica por otra parte-, sino en la emoción de la tierra y la conciencia de su unidad espiritual, creada por la historia, por la lengua, por la religión, por el gobierno, por el destino”. Blasón de plata, capítulo XVIII
Uno de los constructores de la nacionalidad que vuelve estar en el tapete de las discuciones, para bien o para mal, es Sarmiento. Blasón de plata, según Rojas, está concebido como respuesta a la interrogación hecha por el sanjuanino: “¿Argentinos? Desde cuándo y hasta dónde; bueno es darse cuenta de ello”. Ante el creciente aluvión inmigratorio y el consiguiente cosmopolitismo urgía una contestación.
Hoy, a casi cien años del nacionalismo de Rojas, Felipe Pigna vuelve a estampar la misma frase de Sarmiento en uno de sus “Mitos de la historia", cuanto habla que lejos de hallar respuesta, el problema sigue intacto.
La obra del tucumano sin embargo siguió su curso. Con Sarmiento como tema, entre sus obras, podemos citar: El profeta de la pampa y Pensamiento vivo de Sarmiento, selección recomendable para introducirse a los cincuenta y tantos tomos de la obra completa del sanjuanino, con lúcido estudio del presentador.
Ricardo Rojas se manejaba con facilidad en varias áreas: filología, folklore, literatura, entre otras que hoy ya deben haber cambiado de nombre. Fue el primero en estudiar sistemáticamente la literatura argentina desde sus remotos orígenes, en la Universidad de Buenos Aires creó el Instituto de Literatura Argentina, del que fue primer director. En nuestra Biblioteca Sarmiento se puede consultar la segunda edición de su monumental “Historia de la literatura argentina”, dividida en cuatro tomos (en realidad, son más): Los gauchescos, Los coloniales, Los proscriptos y Los modernos, que resulta un verdadero ensayo de la cultura del país. Y de la que Borges, con su acostumbrada malicia, dijo que “ocupaba más espacio que toda la literatura anterior”.
Una preocupación central en la obra de Rojas es el mundo indígena, cuya mayor profundización queda reflejada en “Eurindia”. El sueño acariciado hacia el final de sus días, y que no pudo cumplir, fue hacerse cargo de la embajada argentina en el Perú, nación que según sus ideas resumía la combinación de España y América, clave que persiguió durante toda su vida.
Al margen o a propósito de la fecha, nos preguntarnos qué hacer con su obra –creemos que fuera de cursos o cátedras especializadas no se lo lee- y desde dónde hoy nos puede hablar. Los libros –poesías, teatro y ensayos de claridad expositiva- todavía están ahí.
Casa Museo de Ricardo Rojas:
http://www.cultura.gov.ar/direcciones/?info=organismo&id=12&idd=5
Biografías:
http://www.argentinidad.com/info/biografias/rojas.htm
http://www.yrigoyen.gov.ar/rojas.htm
Ricardo Rojas integró la llamada "generación del Centenario", un grupo de jóvenes intelectuales nacidos entre 1876 y 1886, que admiraban la obra de la generación que los había antecedido (del 80), pero eran críticos de las consecuencias que esa labor había traído al país. Atacaban el materialismo dominante y la falta de ideales, el cosmopolitismo del ´900 y la pérdida de la identidad, (lo que acabamos de decir es de manual).
Encontremos mejor un lugar por donde abordar sus obras, que superan con mucho los treinta títulos. Blasón de plata es justamente su publicación para el Centenario de 1910, y resume lo que luego dio en llamar el ciclo de “filosofía de la nacionalidad”, integrado por otras tres obras suyas: La restauración nacionalista, La argentinidad y Eurindia.
Vamos a leer, como siempre:
“El pueblo argentino, al cobrar conciencia de sí mismo durante el siglo XIX, ha padecido un doble extravío acerca de sus orígenes: por lo que tenía de americano, creyó necesario el antihispanismo y, por lo que tenía de español, juzgó menester el antiidianismo. Semejante posición espiritual era el resultado de una deficiente información histórica, o deformación del pasado por pasiones políticas; todo ello comprobación de que la propia conciencia nacional no había llegado a su madurez. La nueva posición que ahora buscamos ha de consistir en el equilibrio de todas las fuerzas progenitoras, dentro de la emoción territorial”.
“Las naciones no reposan en la pureza fisiológica de las razas –quimérica por otra parte-, sino en la emoción de la tierra y la conciencia de su unidad espiritual, creada por la historia, por la lengua, por la religión, por el gobierno, por el destino”. Blasón de plata, capítulo XVIII
Uno de los constructores de la nacionalidad que vuelve estar en el tapete de las discuciones, para bien o para mal, es Sarmiento. Blasón de plata, según Rojas, está concebido como respuesta a la interrogación hecha por el sanjuanino: “¿Argentinos? Desde cuándo y hasta dónde; bueno es darse cuenta de ello”. Ante el creciente aluvión inmigratorio y el consiguiente cosmopolitismo urgía una contestación.
Hoy, a casi cien años del nacionalismo de Rojas, Felipe Pigna vuelve a estampar la misma frase de Sarmiento en uno de sus “Mitos de la historia", cuanto habla que lejos de hallar respuesta, el problema sigue intacto.
La obra del tucumano sin embargo siguió su curso. Con Sarmiento como tema, entre sus obras, podemos citar: El profeta de la pampa y Pensamiento vivo de Sarmiento, selección recomendable para introducirse a los cincuenta y tantos tomos de la obra completa del sanjuanino, con lúcido estudio del presentador.
Ricardo Rojas se manejaba con facilidad en varias áreas: filología, folklore, literatura, entre otras que hoy ya deben haber cambiado de nombre. Fue el primero en estudiar sistemáticamente la literatura argentina desde sus remotos orígenes, en la Universidad de Buenos Aires creó el Instituto de Literatura Argentina, del que fue primer director. En nuestra Biblioteca Sarmiento se puede consultar la segunda edición de su monumental “Historia de la literatura argentina”, dividida en cuatro tomos (en realidad, son más): Los gauchescos, Los coloniales, Los proscriptos y Los modernos, que resulta un verdadero ensayo de la cultura del país. Y de la que Borges, con su acostumbrada malicia, dijo que “ocupaba más espacio que toda la literatura anterior”.
Una preocupación central en la obra de Rojas es el mundo indígena, cuya mayor profundización queda reflejada en “Eurindia”. El sueño acariciado hacia el final de sus días, y que no pudo cumplir, fue hacerse cargo de la embajada argentina en el Perú, nación que según sus ideas resumía la combinación de España y América, clave que persiguió durante toda su vida.
Al margen o a propósito de la fecha, nos preguntarnos qué hacer con su obra –creemos que fuera de cursos o cátedras especializadas no se lo lee- y desde dónde hoy nos puede hablar. Los libros –poesías, teatro y ensayos de claridad expositiva- todavía están ahí.
Casa Museo de Ricardo Rojas:
http://www.cultura.gov.ar/direcciones/?info=organismo&id=12&idd=5
Biografías:
http://www.argentinidad.com/info/biografias/rojas.htm
http://www.yrigoyen.gov.ar/rojas.htm
El misterioso códice en manos de Rojas que inicia las publicaciones musicológicas de Carlos Vega
La piedra fundamental de la musicología, que es la obra de Carlos Vega, se inicia con el estudio de un códice colonial del siglo XVII en poder de Ricardo Rojas. El poeta nacido en Cañuelas entra en relaciones con el entonces director del Instituto de Literatura Argentina y, en poco tiempo, se transforma en el continuador de la brecha abierta por el mismo Rojas, creando el gabinete de musicología más importante del país posibilitado por el avatar de sus viajes.
El misterioso códice, que según Vega “ofrece al historiador del arte virreinal americano el único documento musical erudito de la colonia conocido hasta nuestros días”, llega a manos de Rojas por donación de un caballero peruano, Jorge M. Corbacho, venido a Buenos Aires en 1916 en busca de documentos antiguos. El musicólogo, primero a través de fotografías y luego trabajando con el códice en el estudio de Rojas, desglosa el documento en la publicación La música de un códice colonial del siglo XVII de 1931, editada por el mismo Instituto de Literatura de la UBA.
El códice, o bien llamémosle cancionero, no es otra cosa que un escrito sobre un monje español emigrado, con residencia en Cochabamba y después en Cuzco, donde muere. Decimos “sobre” porque el documento tiene anotada por otras manos incluso la muerte de su principal autor (Fray Gregorio de Zuola), en 1709.
Los novatos en música no tenemos por qué preocuparnos, el libro de Vega también presenta exquisitos fragmentos de poesía sumergida en el Siglo de Oro español. Nos dice el autor: “El contenido literario y musical del infolio corresponde a las disponibilidades inmediatas de un espíritu nutrido en España, acaso en Madrid, durante el reinado de Felipe IV: Lope de Vega, célebre antes y después de su muerte (1635), y a menudo recordado en el códice, tiene aquí un romance que fue publicado por vez primera en 1621; de la misma época son algunas ediciones de romances que el monje reproduce”. La poesía es entonces en parte copiada y en parte original, pues en aquella época cantar en alabanza era una forma de recordar y también de originalidad.
Desde el punto de vista musicológico, Vega resume las sugerencias del códice en la introducción: “El conocimiento de este cancionero no modifica las opiniones corrientes. Esclarece, simplemente, las actividades creadoras de algunos compositores cultos del XVII; confirma las generales presunciones de que los españoles trajeron y desarrollaron en la colonia su propia técnica y características escolásticas, en música; complementa el panorama sensorial de un siglo oscuro; y, por fin, elimina todas las posibilidades que, con riesgo de lo admitido por la historia sin base documental, amenazaban con incorporarse sobre una notación de difícil lectura. Desde el punto de vista musicológico las canciones del códice son muy fecundas en sugestiones. Nada las vincula al suelo en que fueron anotadas; se trata aquí, de un nuevo cancionero español dictado en América a un monje emigrado, por la nostalgia de su lejana España”.
Sobre el final el autor alza su voz de protesta, del modo que lo haría cualquier espíritu curioso del siglo XX: el monje con su alma inclinada y tendida hacia el recuerdo de su España cristiana, ningún comentario dejó sobre las resonancias autóctonas:
“¡Soledad tremenda la de su corazón, pleno de reminiscencias, insensible a medio siglo de tierra y de cielo americanos!
Nada vio el monje en torno. Sus dotes y preferencias pudieron haber dejado a la historia de la música de América documentos de valor incalculable; pero no quiso oír, no quiso ver. Sonaban al alcance de su alma cantares de proverbial belleza, y él seguía sordo a cuanto no viniera de su interior, absorto y cautivo del concento que bullía más allá de un océano cuyas aguas no había de surcar nunca en viaje de retorno”.
Pero:
“No formulará nuestra pluma sombra de reproche al amanuense franciscano; muy al contrario, le debemos gratitud por el paciente esfuerzo con que aprisionó en el códice las páginas que nuestra dedicación develaría cerca de tres siglos después de sus andanzas coloniales.” (p.91)
El misterioso códice, que según Vega “ofrece al historiador del arte virreinal americano el único documento musical erudito de la colonia conocido hasta nuestros días”, llega a manos de Rojas por donación de un caballero peruano, Jorge M. Corbacho, venido a Buenos Aires en 1916 en busca de documentos antiguos. El musicólogo, primero a través de fotografías y luego trabajando con el códice en el estudio de Rojas, desglosa el documento en la publicación La música de un códice colonial del siglo XVII de 1931, editada por el mismo Instituto de Literatura de la UBA.
El códice, o bien llamémosle cancionero, no es otra cosa que un escrito sobre un monje español emigrado, con residencia en Cochabamba y después en Cuzco, donde muere. Decimos “sobre” porque el documento tiene anotada por otras manos incluso la muerte de su principal autor (Fray Gregorio de Zuola), en 1709.
Los novatos en música no tenemos por qué preocuparnos, el libro de Vega también presenta exquisitos fragmentos de poesía sumergida en el Siglo de Oro español. Nos dice el autor: “El contenido literario y musical del infolio corresponde a las disponibilidades inmediatas de un espíritu nutrido en España, acaso en Madrid, durante el reinado de Felipe IV: Lope de Vega, célebre antes y después de su muerte (1635), y a menudo recordado en el códice, tiene aquí un romance que fue publicado por vez primera en 1621; de la misma época son algunas ediciones de romances que el monje reproduce”. La poesía es entonces en parte copiada y en parte original, pues en aquella época cantar en alabanza era una forma de recordar y también de originalidad.
Desde el punto de vista musicológico, Vega resume las sugerencias del códice en la introducción: “El conocimiento de este cancionero no modifica las opiniones corrientes. Esclarece, simplemente, las actividades creadoras de algunos compositores cultos del XVII; confirma las generales presunciones de que los españoles trajeron y desarrollaron en la colonia su propia técnica y características escolásticas, en música; complementa el panorama sensorial de un siglo oscuro; y, por fin, elimina todas las posibilidades que, con riesgo de lo admitido por la historia sin base documental, amenazaban con incorporarse sobre una notación de difícil lectura. Desde el punto de vista musicológico las canciones del códice son muy fecundas en sugestiones. Nada las vincula al suelo en que fueron anotadas; se trata aquí, de un nuevo cancionero español dictado en América a un monje emigrado, por la nostalgia de su lejana España”.
Sobre el final el autor alza su voz de protesta, del modo que lo haría cualquier espíritu curioso del siglo XX: el monje con su alma inclinada y tendida hacia el recuerdo de su España cristiana, ningún comentario dejó sobre las resonancias autóctonas:
“¡Soledad tremenda la de su corazón, pleno de reminiscencias, insensible a medio siglo de tierra y de cielo americanos!
Nada vio el monje en torno. Sus dotes y preferencias pudieron haber dejado a la historia de la música de América documentos de valor incalculable; pero no quiso oír, no quiso ver. Sonaban al alcance de su alma cantares de proverbial belleza, y él seguía sordo a cuanto no viniera de su interior, absorto y cautivo del concento que bullía más allá de un océano cuyas aguas no había de surcar nunca en viaje de retorno”.
Pero:
“No formulará nuestra pluma sombra de reproche al amanuense franciscano; muy al contrario, le debemos gratitud por el paciente esfuerzo con que aprisionó en el códice las páginas que nuestra dedicación develaría cerca de tres siglos después de sus andanzas coloniales.” (p.91)
Carlos Vega trabajó junto a Ricardo Rojas en el Instituto de Literatura Argentina de la Universidad de Buenos Aires desde 1933 a 1947 y, como ya dijimos, el Gabinete de Musicología Indígena y luego el Instituto Nacional de Musicología pueden ser entendidos como una continuidad de la siembra inicial de Rojas. Tal vez, la relación Rojas-Vega, quede resumida en la dedicatoria de Vega en “Panorama de la música popular argentina”: “A Ricardo Rojas, maestro de maestros”.
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