viernes, 30 de mayo de 2008

Rodolfo Morfese

Rodolfo Morfese nos regaló una impactante muestra. El día de la inauguración del nuevo salón fue reconocido con un premio a la trayectoria. Las seis pinturas podrán verse en nuestro establecimiento al menos una semana, aunque esperemos pueda ser mucho más.

Tiempo compartido (Morfese)

Días agitados (Morfese-Marisa Caeiro)

Sólo una vez más (Morfese)


La fuga (Morfese)



Nuevo salón y cuatro pinturas




Días agitados II (Morfese)




Presencia (Morfese-Cristina Galli) (Foto: InfoCañuelas)








Rodolfo Morfese y el también homenajeado Osvaldo Di Santo (Foto: InfoCañuelas)

domingo, 25 de mayo de 2008

Orígenes de la Biblioteca (antes de su fundación) por la directora María Lydia Torti

La Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento: Crónica de sus orígenes

El nacimiento de la actual Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento, data de 1869 según investigaciones de Don Lucio García Ledesma. Fue creada por el Dr. Pedro D. Quiroga, quien se desempeñó como secretario de Sarmiento en 1875. Este promotor de la primera “Biblioteca Popular” en Cañuelas, la denominó “Franklin”.

miércoles, 21 de mayo de 2008

La parte que ocultamos del educador

Sarmiento fue uno de los que fomentó el genocidio indígena desde lugares de decisión política, pero estuvo lejos de ser el único. También se dice que odiaba a los gauchos. Sin embargo, cuando uno hojea el Facundo –obra argentina y fundante en varios aspectos- describe 4 tipos de gauchos, y sólo uno, “el gaucho malo”, tiene caracteres negativos, a los demás les dedica algunas de las palabras más bellas y ajustadas que se hayan escrito sobre ellos.


"¿Lograremos exterminar los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado".

Domingo Faustino Sarmiento, El Progreso, 27/09/1844, El Nacional, 19/05/1887, 25/11/1876 y 08/02/1879.


Después de muchísimos años de desencuentros entre los argentinos y el pasado indígena que habitó nuestro territorio, ahora entendemos que los llamados “salvajes” también tenían cultura propia.

En la Biblioteca se pueden consultar varios libros sobre culturas precolombinas, uno de los principales y más completos es “Nuestros paisanos los indios” (foto) del antropólogo argentino Carlos Martínez Sarasola.

Aproximaciones a Sarmiento

Fragmentos biográficos y escritos apasionados de quienes admiraron o admiran a Sarmiento en sus múltiples facetas.

“Sarmiento no es un personaje fácil ni accesible a la primera impresión. A medida que al extinguirse la memoria transmitida por cuantos lo conocieron se va perdiendo la tradición oral, su figura aparece ante la posteridad alternativamente velada por una doble leyenda, fasta y nefasta, que lo envuelve con inquietante algarabía. Fue uno de los argentinos más característicos, esto es, más humanamente representativos por su robusta genialidad. Esto quiere decir que hasta sus extravagancias, sus originalidades no eran las de un solitario puesto que reflejaban con vibración patética la índole del temperamento nativo, la traza de su estirpe y los usos adheridos a una sociedad. Su inteligencia notable no estaba, sin embargo, a la altura ciclópea de su genio. Este desequilibrio entre su talento discursivo y su poder de expresión es un factor que desconcierta y contribuye a que se vuelva inagotable la perplejidad que suscita su obra”.

Sarmiento no era, por cierto, elitista, practicaba la alquimia de gran estilo que hace proezas con la frase imantada por el don de la palabra. Hay en su prosa argentinísima, en su lenguaje coloquial, una enorme riqueza argumental y literaria. No se conoce entre nosotros un caso semejante –y este nosotros incluye a todas las canteras intelectuales de Nuestra América- no existe nadie que se haya adueñado con tanta soltura del idioma hasta fundirlo y vaciarlo en el molde de su personalidad”.

Sarmiento, hombre de acción. Marcelo Sánchez Sorondo en el número de la revista Sur dedicada a Sarmiento, julio-diciembre 1977.


“Como la mayor parte de los grandes hombres de América en el siglo XIX, Sarmiento fue hombre múltiple: político, escritor, maestro, hasta diplomático, hasta militar; pero toda esta multiplicidad se resume en una luminosa unidad: es un civilizador. La posteridad lo recuerda a cada paso por su acción política y por su obra literaria. Pero la obra literaria, una de las más altas que ha producido América, es en él mero instrumento de la acción política. ¿Por qué? Porque la acción pública es para él todo lo contrario de lo que el vulgo incluye en el vocablo “política”: es obra de bien, obra de civilización, en que el éxito personal se olvida por completo, porque todo se rige por el desinterés; en que el éxito de partido se sacrifica al triunfo del ideal. Obra de civilización es su obra política, y su forma favorita es la educación. Dentro de este político está siempre el maestro”.

Sarmiento por Pedro Henríquez Ureña, revista Sur julio-diciembre 1977.


“El Facundo erigido por Sarmiento es el personaje más memorable de nuestras letras. El estilo romántico del gran libro se ajusta de manera espontánea, y al parecer ineludible, a los tremendos hechos que refiere y al tremendo protagonista”.

Muchas imperecederas imágenes ha legado Sarmiento a la memoria de los argentinos: la de Facundo, las de tantos contemporáneos, la de su madre y la suya propia, que no ha muerto y que aún es combatida. Paul Groussac, que no lo quería, lo llamó ´el formidable montonero de la batalla intelectual´ y ponderó ´sus cargas de caballería contra la ignorancia criolla´.

No diré que el Facundo es el primer libro argentino; las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción sino de polémica. Diré que si lo hubiéramos canonizado como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y mejor”.

Del prólogo al Facundo, edición El Ateneo, 1974, por Jorge Luis Borges.


“En cierta ocasión me preguntó un sujeto cuál era el escritor español del siglo XIX que prefería yo entre todos, y aunque la pregunta es demasiado española, quiero decir simplista, porque casi nunca es posible contestar a cuestiones de primero y último, le contesté, sin embargo, diciendo: Sarmiento. Y al ver su gesto interrogativo, hube de añadir: Domingo Faustino Sarmiento, un argentino que murió, ya de edad, el 11 de septiembre de 1888. ´¿Argentino? –exclamó mi interlocutor-, entonces no era español´. Y hube de responderle: ´Más español que ninguno de los españoles, a pesar de lo mucho que habló mal de España. Pero habló mal de España muy bien.´ Y tuve que informarle de quién era Domingo Faustino Sarmiento”.

Le hablé de la copiosa labor de ese vigoroso polígrafo, de sus obras educacionales y, sobre todo, de sus tres obras capitales, los Viajes, viajes por Europa, África y América, en que nos narra el que en 1846 hizo a España, y es relato el de este viaje que merece ser reproducido; los Recuerdos de Provincia, en que se leen las más sentidas y más vigorosas páginas que un hijo puede dedicar a la santa memoria de su madre, y Civilización y barbarie, libro conocido comúnmente por el Facundo…”

Bajo la pluma de Sarmiento, los personajes todos de las luchas civiles de la Argentina a principios del siglo XIX adquieren un relieve homérico. Sarmiento tenía lo que los campesinos llaman ojo de caballo, engrandecía cuanto miraba”.

Escribió al día, tal vez a caballo alguna vez, sin raspador ni borradores, y sin tener un Manual de retórica y poética a un lado y un Diccionario de arcaísmos al otro. Su lengua es lengua hablada, con la sintaxis de la lengua hablada, y hay en sus obras páginas que parecen no escritas, sino dichas, tomadas a taquigrafía. Y así como hay hombres insoportables de los que se dice que hablan como un libro, de los libros de Sarmiento hay que decir que hablan como un hombre”.

Miguel de Unamuno en la revista Sur, julio-diciembre de 1977.


"Al final de este libro necesitaba poner el conmovedor fragmento de la autobiografía de un argentino inmenso. Como ya ocurrió otras veces, aquí también se equivocó: a pesar de las vías férreas, los vapores de nuestros ríos, los adelantos de una Argentina moderna salida casi íntegramente de su cerebro y de sus manos, nosotros - su posteridad - gozamos del festín a hurtadillas. Estamos confundidos, frustrados, avergonzados, perdidos en una inestabilidad que nos desangra e inhabilita para gozar de él sin mala conciencia.

En cambio fue el gran sanjuanino quien participó del festín de la vida. A pesar de su pobreza y la del país, su vida tuvo la plenitud de una fiesta. La imperfección de su existencia tenía una intensidad gozosa que la convertía en un espectáculo único: mostraba el acabado de un dios o de un arquetipo en movimiento, en suma, un modo de perfección del que los argentinos guardaremos siempre la nostalgia.

Su libertad fue una fiesta interminable. También lo fueron su indignación, su don para admirar, su excentricidad, su capacidad de trabajo, sus desbordamientos, su cotidiano amor al país, su sentido del humor, su falta de acartonamiento, su salvaje sinceridad, su estruendosa carcajada. Entraba a la arena de enfrente y a cara descubierta, no agredía a traición ni buscaba la protección de las sombras en el anonimato: el combate era una forma de la salud y la alegría. Siempre estaba a un pelo de bendecir al enemigo maldito por brindarle el lujo de una lucha entre iguales: si no estaba a su altura le atribuía una grandeza ficticia.

Por su sagrado amor a la vida, por la desenvoltura de sus movimientos a pesar de su hurañez, su rostro leonino y su figura estrafalaria, por el modo de absorber a pleno pulmón el aire, la luz del día, el ruido de las calles y la experiencia de los otros, dondequiera este hombre dirigiera sus pasos, allí la libertad levantaba su reino. Vivió la libertad en actos, como un hecho consumado, no la mendigó al poder ni de los censores de turno (políticos, morales, eclesiásticos) a quienes nunca tuvo en cuenta aún sabiendo que existían.

Hombre de pasiones, tuvo un notable sentido de la mesura. Esta cabeza que bordeaba la excentricidad, tenía un sentido común de alto vuelo. Esa egolatría que espantaba a los seres pequeños era siempre una fiesta, un rapto de humor, una gracia infinita, sobre todo un acto de responsabilidad: metió a la patria en su propia vida, se confundió con ella, era el país en movimiento. Su inmenso yo no era el adiposo de un tirano que pone sus asentaderas sobre un pueblo y lo aplasta hasta la asfixia. Todo lo contrario. `Don yo` fue un maravilloso actor que representó a la perfección los mejores roles y sueños de la vida argentina, se multiplicó para invocarlos, hacerlos vivir y llenar con sus imágenes edificantes todo el escenario de la patria.

Porque fue la patria misma sin tapujos. Con su grandeza y sus carencias, su figura sigue siendo el modelo total, la imagen realizada de una nación adulta, soberana, culta, abierta al mundo, orgullosa de sí misma. Sarmiento es el espejo al que hay que mirar para que los argentinos reencontremos el rostro de una universidad perdida, la fuente donde recobrar el impulso del origen y del nacimiento, el `estado de alma` necesario para toda reconstrucción.

Por eso quiero cerrar este libro invocando su figura puesta toda entera en el festín de la vida, del que nosotros, y no él, gozamos a hurtadillas (1)".

Párrafos seleccionados del Epílogo sarmientino en el libro La Argentina como sentimiento,1982, del filósofo argentino Victor Massuh.

(1) Massuh hace referencia al final del testamento político de Sarmiento: “…tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a hurtadillas”.

Pintura "Homenaje a Domingo..." por Lenchi Ramos, en la Biblioteca.

lunes, 5 de mayo de 2008

La Biblioteca Franklin en el libro de García Ledesma

En las "Bases Documentales para la Historia de Cañuelas" de Lucio V. García Ledesma, figuran los siguientes datos:


La Biblioteca Popular de Cañuelas, 1869

Dice don Marcos Estrada en su libro "El Dr. Pedro D. Quiroga, Promotor de la Primera Biblioteca Popular": "En el pueblo de Cañuelas, después de inaugurar dos escuelas municipales, por encargo del gobierno, aprovechó Pedro D. Quiroga la oportunidad de dirigir la palabra a una numerosa y selecta concurrencia, proponiendo la formación de una sociedad para establecer una biblioteca popular bajo el glorioso nombre de Franklin y en el acto quedó formada una numerosa asociación en la cual se inscribió como uno de sus miembros, contribuyendo con sus libros y cerca de mil pesos en dinero". Este señor Franklin fue el secretario de Sarmiento en 1875.

La biblioteca "Franklin" o lo que quedó de ella está involucrada en la actual biblioteca "Domingo Faustino Sarmiento".

Segunda edición, 1994

Ver también: Orígenes de la Biblioteca (antes de su fundación) por la directora María Lydia Torti y Biblioteca Franklin, la primera de Cañuelas

jueves, 1 de mayo de 2008

Cronología de la historia de las Bibliotecas Populares en Argentina

Julio de 1870: El Presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento y su Ministro de Instrucción, el Dr. Nicolás Avellaneda, envían al Congreso de la Nación el proyecto de creación de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares.

23 de septiembre de 1870: Se sanciona la Ley 419 que crea la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares para que fuera la responsable del fomento, la inspección y la inversión de los fondos destinados a las bibliotecas populares a establecerse bajo su amparo como asociaciones de particulares, en ciudades, villas y demás centros de población de la República.

29 de octubre de 1872: Se reglamenta la Ley 419.

1876: A la fecha se registran doscientas bibliotecas populares en el país. La Ley 800, firmada por Nicolás Avellaneda, suprime la Comisión Protectora; asumiendo esas funciones y facultades la Dirección de Escuelas.

1894: Debido a diversas vicisitudes que sufrieron muchas de ellas, el número de bibliotecas populares llega sólo a dieciséis: cuatro en la provincia de Buenos Aires, una en Santa Fe, cinco en Entre Ríos, una en Corrientes, dos en San Luis, una en Catamarca y dos en Salta.

1908: Por la intervención del entonces Ministro de Instrucción Pública, Dr. Rómulo S. Naón, y la decisión del Presidente José Figueroa Alcorta, se restablece la Ley 419: “En cumplimiento de la Ley 419 de 23 de septiembre de 1870 créase una Comisión Protectora de Bibliotecas Populares...”.

1910: Las bibliotecas populares existentes en el país son 191.

1911: La ley de Presupuestos establece los recursos de la Comisión: el 5% del total de los subsidios y el importe de los premios de la Lotería Nacional no pagados. Aunque posteriormente y en forma paulatina estos recursos fueron cercenados y sus facultades limitadas por disposiciones sucesivas.

31 de marzo de 1919: El Presidente Hipólito Yrigoyen sanciona el decreto que fija las atribuciones y facultades de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares.

1925: La cantidad de bibliotecas asciende a 1.012.

1947: Las cifras enuncian que había unas 1.508 bibliotecas populares en todo el país.

1949: El número de bibliotecas ha aumentado notablemente llegando a 2.406.

9 al 12 de octubre de 1948: Primer Congreso Nacional de Bibliotecas Populares, que reunió por primera vez en Córdoba a dirigentes de todo el país y del que surgió la Federación Argentina de Bibliotecas Populares. En él se abordó un amplio y significativo temario, orientador para la futura política del gobierno en bibliotecas populares.

1952: Con la reestructuración del Estado, desaparece nuevamente la Comisión para ser subsumida en la Dirección de Bibliotecas Populares pero conservando y ampliando las funciones de la Ley 419.

abril de 1954: Congreso de Bibliotecas Populares en el Teatro Cervantes, con la participación del presidente de la República, Juan Domingo Perón, quien cerró el mismo con un discurso en el que se refirió a la importancia de las bibliotecas populares en la formación de la cultura del pueblo y el significado humanizante del bibliotecario como intermediario entre el libro, la técnica y el lector-usuario.Para esta época se concreta la edición y difusión de la primera Guía de Bibliotecas Públicas del país. Los datos aportados por esta guía muestran que en 1954 las bibliotecas populares ascendían a 1.963, con 6.971.152 libros y 5.535.521 lectores anuales.

1955: Por la interrupción abrupta de la vida democrática del país se produce por un tiempo una virtual acefalía del organismo.18 de diciembre de 1958: por decreto 10.032 se restituye la Comisión Protectora nombrándose presidente a Rómulo Amadeo, quien tuvo la mayor permanencia en el cargo, ya que lo desempeñó hasta el 26 de agosto de 1973.

1965: Por decreto 2.599 se establece el Reglamento Orgánico Funcional de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, que pone nuevamente en vigencia la Ley 419.

junio de 1972: Se opera una reestructuración del área y la Comisión pasa a ser Dirección de Bibliotecas.

7 de agosto de 1986: Sancionada por unanimidad por los legisladores, el Poder Ejecutivo promulga la Ley 23.351 de Bibliotecas Populares (en reemplazo de la Ley 419). Esta nueva Ley es la que otorga la denominación de Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares, en jurisdicción de la Secretaría de Cultura del entonces Ministerio de Justicia y Educación.

1990: Por el decreto 1.935 se estableció el 23 de septiembre como Día de las Bibliotecas Populares, en recuerdo del día de promulgación de la Ley 419 en el año 1870.

http://www.conabip.gov.ar/contenidos/institucional/cronologia.htm

Biblioteca Franklin, la primera de Cañuelas

En el texto que transcribimos a continuación, el fallecido investigador Oscar Ismael González, da cuenta de cómo en la presidencia de Sarmiento –luego de la Ley de Bibliotecas Populares de 1870- sube exponencialmente la cantidad de bibliotecas diseminadas por todo el país.

La Biblioteca “Franklin” -llamada así por el científico Benjamin Franklin- fue fundada en 1869 por Pedro D. Quiroga, luego secretario de Sarmiento en 1875. Y no sólo fue la primera de Cañuelas, sino también, como lo demuestra la investigación, una de las precursoras en la Provincia.

La Biblioteca Sarmiento recibió elementos de esta primera biblioteca del partido. De ahí también viene seguramente nuestro nombre (el cuyano fue gran admirador de la obra del científico).


"El Dr. Pedro Quiroga fue inspector de escuelas de la Provincia de Buenos Aires y promotor de la primera Biblioteca ´Franklin´ de San Juan.

El 4/02/1871 el Dr. Quiroga fue designado miembro de la Comisión Nacional de Escuelas y el primer informe de la labor fue realizado el 8/01/1872, allí señalaba la existencia de 12 Bibliotecas Populares en todo el país: 1 en San Juan, 3 en la Provincia de Buenos Aires (Cañuelas, Chivilcoy y Exaltación de la Cruz), 1 en la Capital bonaerense a cargo de la Sociedad Tipográfica Bonaerense y 1 en cada una de las provincias siguientes: Mendoza, Tucumán, Salta, Córdoba, Santiago del Estero, San Luis y Catamarca.

A fines de 1872 ya había 106 Bibliotecas en el país.

Lo que fue la Biblioteca Franklin de Cañuelas, es actualmente la Biblioteca Popular “Domingo Faustino Sarmiento”.

Para terminar les dejo un pensamiento del Dr. Pedro Quiroga:

´Demasiados atrasados estamos en materia de educación y de costumbres populares, para que no busquemos medios eficaces de elevar el nivel intelectual y moral del pueblo´."

Oscar Ismael González para la Biblioteca Sarmiento
Cañuelas, 20/10/2004


(La Biblioteca Franklin de San Juan, fundada por Sarmiento en 1866, es la más antigua de Sudamérica en su tipo. Este es su sitio: http://www.bibliotecafranklin.org.ar/)



Borges, los libros y las bibliotecas


Primera edición de "Evaristo Carriego", Jorge Luis Borges, 1930, ejemplar de la Biblioteca


“El universo (que otros llaman la Biblioteca)”
La Biblioteca de Babel, Jorge Luis Borges

"De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación. En César y Cleopatra de Shaw, cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se dice que es la memoria de la humanidad. Eso es el libro y es algo más también, la imaginación. Porque, ¿qué es nuestro pasado sino una serie de sueños? ¿Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado? Esa es la función que realiza el libro. (...)

Un libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo. Pienso que Montaigne tiene razón. Luego enumera los autores que le gustan. Cita a Virgilio, dice preferir las Geórgicas a la Eneida; yo prefiero la Eneida, pero eso no tiene nada que ver. Montaigne habla de los libros con pasión, pero dice que aunque los libros son una felicidad, son, sin embargo, un placer lánguido.

Emerson lo contradice ‑es el otro gran trabajo sobre los libros que existe. En esa conferencia, Emerson dice que una biblioteca es una especie de gabinete mágico. En ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero esperan nuestra palabra para salir de su mudez. Tenemos que abrir el libro, entonces ellos despiertan. Dice que podemos contar con la compañía de los mejores hombres que la humanidad ha producido, pero que no los buscamos y preferimos leer comentarios, críticas y no vamos a lo que ellos dicen.

Yo he sido profesor de literatura inglesa, durante veinte años, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Siempre les he dicho a mis estudiantes que tengan poca bibliografía, que no lean críticas, que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien. Yo diría que lo más importante de un autor es su entonación, lo más importante de un libro es la voz del autor, esa voz que llega a nosotros. (...)

Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. Los otros días me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia de Brokhause. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.

Se habla de la desaparición del libro; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria. (...)

He hablado en contra de la crítica y voy a desdecirme (pero qué importa desdecirme). Hamlet no es exactamente el Hamlet que Shakespeare concibió a principios del sigio XVII, Hamlet es el Hamlet de Coleridge, de Goethe y de Bradley. Hamlet ha sido renacido. Lo mismo pasa con el Quijote. Igual sucede con Lugones y Martínez Estrada, el Martín Fierro no es el mismo. Los lectores han ido enriqueciendo el libro.

Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del libro. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero todavía conserva algo sagrado, algo divino, no con respeto superticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría.

Eso es lo que quería decirles hoy".

Conferencia en la Universidad de Belgrano, 24 de mayo de 1978, Obras Completas IV, Emecé


"Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados. Despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro, literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético. Y aun para el mismo lector el mismo libro cambia, cabe agregar, ya que cambiamos, ya que somos (para volver a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito".

Noche quinta: la poesía, de Siete Noches, 1977, Emecé


"El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas. (...)

Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza".

La Biblioteca de Babel, Ficciones, 1944