miércoles, 21 de mayo de 2008


Aproximaciones a Sarmiento

Fragmentos biográficos y escritos apasionados de quienes admiraron o admiran a Sarmiento en sus múltiples facetas.

“Sarmiento no es un personaje fácil ni accesible a la primera impresión. A medida que al extinguirse la memoria transmitida por cuantos lo conocieron se va perdiendo la tradición oral, su figura aparece ante la posteridad alternativamente velada por una doble leyenda, fasta y nefasta, que lo envuelve con inquietante algarabía. Fue uno de los argentinos más característicos, esto es, más humanamente representativos por su robusta genialidad. Esto quiere decir que hasta sus extravagancias, sus originalidades no eran las de un solitario puesto que reflejaban con vibración patética la índole del temperamento nativo, la traza de su estirpe y los usos adheridos a una sociedad. Su inteligencia notable no estaba, sin embargo, a la altura ciclópea de su genio. Este desequilibrio entre su talento discursivo y su poder de expresión es un factor que desconcierta y contribuye a que se vuelva inagotable la perplejidad que suscita su obra”.

Sarmiento no era, por cierto, elitista, practicaba la alquimia de gran estilo que hace proezas con la frase imantada por el don de la palabra. Hay en su prosa argentinísima, en su lenguaje coloquial, una enorme riqueza argumental y literaria. No se conoce entre nosotros un caso semejante –y este nosotros incluye a todas las canteras intelectuales de Nuestra América- no existe nadie que se haya adueñado con tanta soltura del idioma hasta fundirlo y vaciarlo en el molde de su personalidad”.

Sarmiento, hombre de acción. Marcelo Sánchez Sorondo en el número de la revista Sur dedicada a Sarmiento, julio-diciembre 1977.


“Como la mayor parte de los grandes hombres de América en el siglo XIX, Sarmiento fue hombre múltiple: político, escritor, maestro, hasta diplomático, hasta militar; pero toda esta multiplicidad se resume en una luminosa unidad: es un civilizador. La posteridad lo recuerda a cada paso por su acción política y por su obra literaria. Pero la obra literaria, una de las más altas que ha producido América, es en él mero instrumento de la acción política. ¿Por qué? Porque la acción pública es para él todo lo contrario de lo que el vulgo incluye en el vocablo “política”: es obra de bien, obra de civilización, en que el éxito personal se olvida por completo, porque todo se rige por el desinterés; en que el éxito de partido se sacrifica al triunfo del ideal. Obra de civilización es su obra política, y su forma favorita es la educación. Dentro de este político está siempre el maestro”.

Sarmiento por Pedro Henríquez Ureña, revista Sur julio-diciembre 1977.


“El Facundo erigido por Sarmiento es el personaje más memorable de nuestras letras. El estilo romántico del gran libro se ajusta de manera espontánea, y al parecer ineludible, a los tremendos hechos que refiere y al tremendo protagonista”.

Muchas imperecederas imágenes ha legado Sarmiento a la memoria de los argentinos: la de Facundo, las de tantos contemporáneos, la de su madre y la suya propia, que no ha muerto y que aún es combatida. Paul Groussac, que no lo quería, lo llamó ´el formidable montonero de la batalla intelectual´ y ponderó ´sus cargas de caballería contra la ignorancia criolla´.

No diré que el Facundo es el primer libro argentino; las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción sino de polémica. Diré que si lo hubiéramos canonizado como nuestro libro ejemplar, otra sería nuestra historia y mejor”.

Del prólogo al Facundo, edición El Ateneo, 1974, por Jorge Luis Borges.


“En cierta ocasión me preguntó un sujeto cuál era el escritor español del siglo XIX que prefería yo entre todos, y aunque la pregunta es demasiado española, quiero decir simplista, porque casi nunca es posible contestar a cuestiones de primero y último, le contesté, sin embargo, diciendo: Sarmiento. Y al ver su gesto interrogativo, hube de añadir: Domingo Faustino Sarmiento, un argentino que murió, ya de edad, el 11 de septiembre de 1888. ´¿Argentino? –exclamó mi interlocutor-, entonces no era español´. Y hube de responderle: ´Más español que ninguno de los españoles, a pesar de lo mucho que habló mal de España. Pero habló mal de España muy bien.´ Y tuve que informarle de quién era Domingo Faustino Sarmiento”.

Le hablé de la copiosa labor de ese vigoroso polígrafo, de sus obras educacionales y, sobre todo, de sus tres obras capitales, los Viajes, viajes por Europa, África y América, en que nos narra el que en 1846 hizo a España, y es relato el de este viaje que merece ser reproducido; los Recuerdos de Provincia, en que se leen las más sentidas y más vigorosas páginas que un hijo puede dedicar a la santa memoria de su madre, y Civilización y barbarie, libro conocido comúnmente por el Facundo…”

Bajo la pluma de Sarmiento, los personajes todos de las luchas civiles de la Argentina a principios del siglo XIX adquieren un relieve homérico. Sarmiento tenía lo que los campesinos llaman ojo de caballo, engrandecía cuanto miraba”.

Escribió al día, tal vez a caballo alguna vez, sin raspador ni borradores, y sin tener un Manual de retórica y poética a un lado y un Diccionario de arcaísmos al otro. Su lengua es lengua hablada, con la sintaxis de la lengua hablada, y hay en sus obras páginas que parecen no escritas, sino dichas, tomadas a taquigrafía. Y así como hay hombres insoportables de los que se dice que hablan como un libro, de los libros de Sarmiento hay que decir que hablan como un hombre”.

Miguel de Unamuno en la revista Sur, julio-diciembre de 1977.


"Al final de este libro necesitaba poner el conmovedor fragmento de la autobiografía de un argentino inmenso. Como ya ocurrió otras veces, aquí también se equivocó: a pesar de las vías férreas, los vapores de nuestros ríos, los adelantos de una Argentina moderna salida casi íntegramente de su cerebro y de sus manos, nosotros - su posteridad - gozamos del festín a hurtadillas. Estamos confundidos, frustrados, avergonzados, perdidos en una inestabilidad que nos desangra e inhabilita para gozar de él sin mala conciencia.

En cambio fue el gran sanjuanino quien participó del festín de la vida. A pesar de su pobreza y la del país, su vida tuvo la plenitud de una fiesta. La imperfección de su existencia tenía una intensidad gozosa que la convertía en un espectáculo único: mostraba el acabado de un dios o de un arquetipo en movimiento, en suma, un modo de perfección del que los argentinos guardaremos siempre la nostalgia.

Su libertad fue una fiesta interminable. También lo fueron su indignación, su don para admirar, su excentricidad, su capacidad de trabajo, sus desbordamientos, su cotidiano amor al país, su sentido del humor, su falta de acartonamiento, su salvaje sinceridad, su estruendosa carcajada. Entraba a la arena de enfrente y a cara descubierta, no agredía a traición ni buscaba la protección de las sombras en el anonimato: el combate era una forma de la salud y la alegría. Siempre estaba a un pelo de bendecir al enemigo maldito por brindarle el lujo de una lucha entre iguales: si no estaba a su altura le atribuía una grandeza ficticia.

Por su sagrado amor a la vida, por la desenvoltura de sus movimientos a pesar de su hurañez, su rostro leonino y su figura estrafalaria, por el modo de absorber a pleno pulmón el aire, la luz del día, el ruido de las calles y la experiencia de los otros, dondequiera este hombre dirigiera sus pasos, allí la libertad levantaba su reino. Vivió la libertad en actos, como un hecho consumado, no la mendigó al poder ni de los censores de turno (políticos, morales, eclesiásticos) a quienes nunca tuvo en cuenta aún sabiendo que existían.

Hombre de pasiones, tuvo un notable sentido de la mesura. Esta cabeza que bordeaba la excentricidad, tenía un sentido común de alto vuelo. Esa egolatría que espantaba a los seres pequeños era siempre una fiesta, un rapto de humor, una gracia infinita, sobre todo un acto de responsabilidad: metió a la patria en su propia vida, se confundió con ella, era el país en movimiento. Su inmenso yo no era el adiposo de un tirano que pone sus asentaderas sobre un pueblo y lo aplasta hasta la asfixia. Todo lo contrario. `Don yo` fue un maravilloso actor que representó a la perfección los mejores roles y sueños de la vida argentina, se multiplicó para invocarlos, hacerlos vivir y llenar con sus imágenes edificantes todo el escenario de la patria.

Porque fue la patria misma sin tapujos. Con su grandeza y sus carencias, su figura sigue siendo el modelo total, la imagen realizada de una nación adulta, soberana, culta, abierta al mundo, orgullosa de sí misma. Sarmiento es el espejo al que hay que mirar para que los argentinos reencontremos el rostro de una universidad perdida, la fuente donde recobrar el impulso del origen y del nacimiento, el `estado de alma` necesario para toda reconstrucción.

Por eso quiero cerrar este libro invocando su figura puesta toda entera en el festín de la vida, del que nosotros, y no él, gozamos a hurtadillas (1)".

Párrafos seleccionados del Epílogo sarmientino en el libro La Argentina como sentimiento,1982, del filósofo argentino Victor Massuh.

(1) Massuh hace referencia al final del testamento político de Sarmiento: “…tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a hurtadillas”.

Pintura "Homenaje a Domingo..." por Lenchi Ramos, en la Biblioteca.

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